Para mí, uno de los lugares más acogedores del
planeta ha sido siempre el barrio del Vedado. No es que ostentara la
grandiosidad de las Cataratas del Niágara, o el romanticismo del Taj Mahal; Ni
tampoco el ritmo de Copacabana, o el esnobismo de Manhattan. Sin embargo, bajar
por los parques de Paseo hacia el mar después de las 5 y ver las vicarias
moradas y blancas crecer silvestres; mirar los rosales de los jardines
respirando aquella brisa de mar perfumada de jazmines, llena más que un viaje a
las cataratas; inspira más que el amor del Sha Jahan por Mumtaz Mahal. Y hace sentir la cadencia de Copacabana en un atardecer
relajado y calientico. Nada que ver con New York.
Al final de la caminata, no hay más que sentarse
en el muro del Malecón de espaldas al mar y ver caer la tarde sobre la
ciudad. Un velo plateado la va
cubriendo lentamente, volviéndola tornasolada con luces violeta y anaranjadas
que emanan del azul. Acaricia las
mejillas una delicadísima rociada de mar y se escucha el runrún de salitre húmedo que solo se
da en el Caribe. Un soplo de gardenias podría sorprender los sentidos sin que
se sepa de donde salió. La
experiencia equivale a un concierto privado de Chopin o a una conversación
íntima con Dios. Esas sensaciones pueden llevar al más tenso a nirvana.
Es que caminar por el Vedado, es sumergirse en
su pasado. Si se presta atención,
se le escucha contar deliciosas anécdotas al oído. No como la cuentan los
cuenteros, que si la seguimos a través del tiempo, desde la primera narración
hasta la más reciente, la última es muy diferente a la original. Como suele suceder, la historia del Vedado, se
ha ido metamorfoseando porque ha sido contada entre brisa y olas; carencia y
abundancia. Entre hazaña y fantasia. Ha cambiado con el tiempo, con las generaciones;
eventualidades y emigraciones.
Lo pude confirmar en un docudrama producido recientemente que mire en “you tube” sobre la historia del Vedado, y que fue la motivación para que hoy recuerde lo que voy a tratar de contar en el mejor orden que soy capaz dentro de mi propio desorden. Me siento muy afortunada de haber entrado al mundo por un umbral de tanta belleza, energía y tan diversas emociones.
Lo pude confirmar en un docudrama producido recientemente que mire en “you tube” sobre la historia del Vedado, y que fue la motivación para que hoy recuerde lo que voy a tratar de contar en el mejor orden que soy capaz dentro de mi propio desorden. Me siento muy afortunada de haber entrado al mundo por un umbral de tanta belleza, energía y tan diversas emociones.
Me agradó el concepto del docudrama porque daba
voz propia al barrio para que narrara su biografía, mientras como buen
anfitrión, El Vedado guiaba a una parejita jóven, acabada de conocerse, en una
excursión por sus calles y recovecos 50 y tantos años después de mis recuerdos.
En El Vedado se conocen y en El Vedado se enamoran ¿Y quién puede decir que no
se ha enamorado en El Vedado alguna una vez? Solo los que no lo conocen. Creo
que quizás el tiempo no permitió a los escritores investigar lo suficiente para
esta película. O los que podían contar los detalles que lo hacen especial, no
están allí. Ya no caminan entre los vivos. ¡Y no todo el mundo en La Habana
puede hablar con los muertos!
Confieso que yo misma, hace tiempo no doy la
caminata que propongo, aunque hago el ejercicio todo el tiempo, como hacía
Lezama; Me traslado. No veo baches en la calle, ni basura sin recoger; ni gente
en chancletas. No extraño a las sirvientas uniformadas, a los niños
almidonados, ni a las piqueras de esquina. Tampoco escucho vulgaridades ni veo
ropa tendida a la vista. Veo y siento solamente al Vedado que es parte de mi propia
historia.
Me entristeció ver en el documental lo que queda del Hotel
Trotcha de Calzada y 2, que fue el primer hotel de lujo fabricado en la ciudad
para que los primeros turistas caminaran al mar a finales del siglo XIX, cuando
el Malecón aún no existía. Yo nací solo a una cuadra de allí, en la calle
Línea (que viene siendo Novena) entre Paseo y 2, casi al acabar la primera
mitad del Siglo XX, cuando todavía pasaba el tranvía eléctrico por Línea. Ambos lados de mi familia estaban en el
Vedado desde 1850-y-algo, por eso
conozco la historia casi orgánicamente. Nacer en ese rincón del planeta fue un
privilegio. Cuando lo pienso, me viene el olor de la enredadera de jazmínes que
a veces caía sobre el portal de mi casa. Puedo ver los colores de los mosaicos
marroquíes de la fuente y siento el perfume de los rosales de Abuela.
Teníamos hasta “la rosa blanca de Martí” en el
jardín. Literalmente, porque muchos patriotas del Ejército Libertador compraron
terrenos y casas en El Vedado después de la guerra y abuela se lo dedicó. La
viuda del Coronel Pepito Martí y Zayas-Bazán (Ismaelillo), hijo del apóstol,
vivía a cuadra y media de mi casa en 4 y Calzada con su esposa Teté Vances,
amiga de Abuela, que como ella, murió en su casa del Vedado. La familia del General Loynaz del
Castillo vivía en 17 y E, donde vivió hasta su muerte su hija, la gran escritora
y poeta Dulce María Loynaz (Premio Cervantes), aunque lo que me han contado de
su última etapa en el planeta me entristece.
La prole del General Juan Gualberto Gómez, gran colaborador de José
Martí, amigo de mi abuelo en su juventud y uno de los primeros intelectuales en
promover la igualdad racial en Cuba, vivía del otro lado de Paseo. El Coronel Horacio Ferrer,
(oftalmólogo) vivía en la esquina de Línea y L y como curiosidad, conservaba
los espejuelos del Generalísimo Gómez. Cuando demolieron su casa se fabricó un
edificio moderno donde estaba la oficina de su hija, la Dra. Olga Ferrer,
oftalmóloga también, quien recetó mis primeros espejuelos cuando tenía apenas 7
años.
Los primeros judíos que
llegaron a Cuba, venían con Cristóbal Colón y fueron: Rodrigo De Triana, el marinero que vio tierra
por primera vez; Roderigo Sánchez de Segovia, cirujano; Maestre Bernal, médico;
y Alfonso De La Calle, marinero. Pero la comunidad hebrea y el judaísmo se hicieron más
visibles en Cuba durante la primera mitad del Siglo XIX. Me han dicho que la primera asociación
judía estaba en la Habana Vieja, pero desde que yo recuerdo, el edificio principal
de la comunidad hebrea estaba en la Calle Línea, por lo que también muchos de
nuestros vecinos eran judíos. Julio Lobo, conocido como el Zar del Azúcar,
porque llegó a controlar el mercado mundial, era de ascendencia sefardí y vivía
en El Vedado con su esposa Esperanza Montalvo y sus dos hijas, aunque creo que
la señora era católica, como el resto de la aristocracia criolla. Tengo
entendido que Lobo descansa en la catedral de Madrid y su fortuna ascendía a
los $200 millones en 1958.
Pero él no era el único millonario que vivía en
El Vedado. Sarrá, dueño de las
droguerías, vivía en la calle 2 esquina 13. Era un viejito de guayabera que pasaba
en su Rolls Royce clásico todas las mañanas cuando yo esperaba la guagua del
colegio. Siempre saludaba sonriente. María Luisa Gómez Mena, Condesa de Revilla
Camargo, cuya fortuna se dice provenía de centrales azucareros, comercios y
bancos, vivía en la calle 17. El tronco de la familia, Joaquin Gómez, llegó de
España alrededor del 1830 y levantó su imperio con la trata esclavos y el
comercio clandestino, aunque eso no se dice, claro. Abuelo decía que donde hay
tanto dinero casi siempre hay trapos que lavar. En Estados Unidos están los de
la familia Kennedy durante la prohibición, o los mucho peores de la familia Bush. Prescott Bush (padre de Bush padre) ayudó a Hitler a
tomar el poder blanqueando el dinero de los Nazis. Eso tampoco se dice, aunque se debiera decir porque generalmente la manzana no cae muy lejos del árbol.
El apellido Gómez Mena surge cuando en 1877
Manuel Gómez, del clan de Joaquín, se casa con la cubana María Mena y deciden
unir los apellidos, posiblemente para hacerlo lucir más original, de más clase. Pero volviendo al Vedado, las oficinas del gurú Don
Pepe Gómez Mena, estaban en la calle Calzada #3, (que viene siendo séptima) en El
Vedado. Más tarde Lillian Gómez Mena se casó con Alfonso Fanjul heredero de
Czarnikow Rionda
Company y de la Cuban Trading Company de NYC (Wall Street) y se desarrollaron más centrales
azucareros, refinerías, destilerías y bienes raíces (La Manzana de Gómez entre
ellos). Alfonso Fanjul hijo, cuyos “holdings” en Estados Unidos incluyen Domino Sugar, ha sido acusado de utilizar mano de obra infantil haitiana y
dominicana en sus centrales azucareros de Santo Domingo, y mano de obra
Jamaiquina muy barata en sus centrales de la Florida, sin darle cuidado médico
a sus obreros, que cuando se mueren, nadie se entera porque los tiran al pantano en lugar de enterrarlos.
Incluso hay un documental sobre todo eso, pero ha desaparecido como por arte de magia. Hay hasta una película producida por Jodie Foster con Robert de Niro en el papel de "Alfi", pero con tantos intereses de por medio, podría quedar en el limbo también. Alfi Fanjul dice ahora que quiere rescatar la industria azucarera cubana y reunificar a la familia, pero ese es otro cuento (bastante viejo). Nada que lo que se hereda "no se hurta," aunque sea hurtar. Mi idea no era sacar trapos sucios de familias prominentes de Cuba si no establecer que el “dinero viejo” de La Habana estaba en El Vedado, pero me excedí (porque hay cosas que no se pueden omitir).
También estuvo en El Vedado la primera Oficina de Correos
de la República, como el primer Tribunal Supremo. Ambos estaban ubicados en el Trotcha en 1902. Aunque ya lo mencioné, lo citaré
de nuevo por haber sido parte integral del Vedado que llevo conmigo; donde nací, me crié y me
bautizaron. Fuí al kindergarten en
la escuela Artes e Idiomas de la Srta Párraga en la Calle 4, en el mismo
edificio donde se encuentra hoy la sede del Conjunto Folklórico Nacional.
En El Vedado intenté aprender lo que se de
francés e italiano, comí
acorazados en El Carmelo de Calzada, helado tostado en Potín, perros
enrrollados en El Recodo y pirulíes en la puerta de las Dominicas. Patiné en el
Parque Villalón, empiné papalotes en las azoteas de Línea cuando el Naroca no
existía aún. Allí había una escuela de varones llamada La Gran Antilla y
antes de eso, el Consulado Dominicano estaba en esa esquina. Desde la azotea de mi casa veíamos el
Grand Prix hasta que secuestraron a Juan Manuel Fangio, a quien
también conocí en una fiesta en El Vedado.
Me lancé en bicicleta por la loma desde 17 hasta
11 detrás del carrito de helados San Bernardo y trepé árboles y estatuas en los
parques de Paseo. ¿Las cicatrices de mis rodillas? “Souvenirs” del pavimento del Vedado. Mi mundo entero se
extendía desde Malecón hasta 23 y desde L hasta 12 ¡Y no me hacía falta más! Sí cruzaba la calle y caminaba ½ cuadra llegaba a casa de mis
abuelos. Si subía por Paseo, llegaba a casa de mi Tía Abuela. Al lado tenía
primos. Tres cuadras del otro lado estaba otro Tío Abuelo con más primos. Subía
por la calle 8 y mis tíos vivían frente al parque. Cuando caminaba a la
escuela, pasaba por casa de otro Tío Abuelo y si iba al conservatorio, pasaba
justo al frente de casa de mi prima. También mi dentista, la clínica donde estaban mis médicos y todas mis actividades familiares. Mi parentela entera estaba dentro de dos millas cuadradas. Lamentablemente ese era
el tamaño de mi perspectiva del mundo. Al menos hasta los 17 años.
Dentro de ese espacio ví el estreno de
“Sayonara” en el cine Rodi, el de “Gigante” en el Trianón y todas las películas
de María Félix en el Olympic, que en la década del cincuenta le pertenecía al
consulado de México y traía lo mejor de la época de oro del cine mexicano a La
Habana, desde “Tizok, amor indio” hasta “Que Dios se lo pague”. En mi mente aún viven las imágenes de
“Marabunta,” cuando pusieron un ataúd de cristal frente al Trianón, con un
muñeco que parecía un muerto. Soltaron docenas de bibijaguas centro del vidrio para dar la
impresión que se devoraban al hombre. Me consta que cada niño del barrio, tuvo
pesadilla esa semana despertando con picazón. . . y me incluyo.
Cuando aquello, ver dos estrenos de Hollywood,
noticias del mundo, cine revista, avances de estrenos futuros y varios cartones
costaba un peso y los niños pagaban menos. Las rositas de maíz costaban 25
centavos y una cocacola costaba 10 en el cine, donde todo era más caro. Un
chocolate Nestle (les llamábamos peter, no sé por qué) costaba un real.
Como crecí apenas a 4 cuadras de donde se
fabricó el Hotel Havana Riviera, a los 11 años estuve en su inauguración. Fue
la primera vez en mi vida que tome un “Shirley Temple” y pude ver de cerca a
Ginger Rogers ensayando para su debut en el Copa Room; a Mamie Van Doren parar
el tráfico en un traje de baño dorado y a Abott &
Costello con servilletas amarradas al cuello desayunando “pancakes” en la
cafeteria. Miré alzar las
magníficas esculturas del genial Florencio Gelabert (qpd), que hasta fijas, ondulaban
como el mar. Miré igualmente
levantar los murales de Rolando López Dirube. También jugué mis primeras
maquinitas en el lobby y gané como diez pesos, una fortuna para mí
en esa época.
Como en casa éramos fanáticos del teatro, más o
menos por esa fecha disfruté a Renata Tebaldi interpretar Aida en el
Auditorium, a Eartha Kitt cantar “Santa Baby” en una presentación privada en la
sala Hubert de Blanck (cuando ni pensaba ser Catwoman), y a Pedro Vargas cantando
Piel Canela en Radiocentro cuando todavía se llamaba Wagner.
Fuí a regatas del Vedado Tennis, jugué ping-pong
en el Lyceum, patiné en hielo en el antiguo Palacio de los Deportes y llevé mi
perro a vacunar en la clínica del Dr.
Caiñas. Recé el rosario en la Casa Cultural de Católicas y bailé rock
and roll en el Ámbar. Por un peso vi con mis propios ojos una verdadera
hemafrodita en el “sideshow” del Ringling Brothers. Jugué postalitas en el
solar frente al Centro Vasco. Comí arroz frito en el Pekín y nunca más probe
crépes Suzette como los del Monseigneur, ni Canelones como los de Da Rossina.
Conocí a La Lupe desde que vivía en el Rainbow de la calle Tercera y la vi
cantar por primera vez no en La Red, si no en el ROCCO cuando cantaba con el
Trío Tropicuba y el ROCCO era de Roberto y Coco Pertierra.
Me confesé en la Parroquia del Vedado, estrené
la piscina del Focsa y coleccioné sombrillitas del Trader Vic’s antes que le
cambiaran el nombre a Polinesio. Me senté en los cojines del Sheherezada cuando
Pacho Alonso cantaba en el piano bar y bailé con la Aragón original en el Salón
Caribe del antiguo Havana Hilton.
Cuando tumbaron el cuartel de casquitos que iba de Paseo a 4 y de
Tercera a Primera me cansé de montar a caballo en ese terreno. ¡Y cuando trabajé por primera
vez, trabajé en CMQ TV! Todo en El Vedado.
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