Cuando los americanos hicieron
polvo la escuadra del Almirante Cervera, el Monte Vedado dejó de ser una vez
más el fuerte defensor de la ciudad. Los españoles se rindieron en Santiago de
Cuba y El Vedado renació como zona residencial de la élite habanera. Para ese
entonces se había formado otro caserío en la desembocadura del Almendares
llamado El Carmelo, que rodeaba el paradero de los tranvías (luego en Línea
entre 18 y 20) que comunicaba esta zona con La Habana: Primero a través de un
carrito de caballos que iba hasta la caleta de San Lázaro por toda la calle
Línea, que se llama así por la línea que trazaba el camino. Después vino otro
movido a vapor y en 1901 empezó el tranvía eléctrico entre El Vedado y La
Habana Vieja, que fue el que yo llegué a montar.
La aldea de Pescadores de la Chorrera, en la desembocadura
del Almendares se convirtió en joya turística desde aproximadamente 1868 cuando
turistas de Estados Unidos comenzaron a bajar buscando el sol, el aire del mar
y las delicias del trópico. Hasta se promocionó en el libro “A Stranger in the
Tropics: The Handbook for Havana and Guide Book for Travelers in Cuba,”
publicado en New York 1868.
Alrededor de esta época, los enemigos de Napoleón Bonaparte en Paris, encontraron que el Prefecto del Departamento del Sena, Georges Eugéne Barón Haussman, era el chivo expiatorio ideal por malgastar $2.5 billones de francos en el programa de renovación de París que le había sido encomendado por el emperador. Haussman había diseñado el Bosque de Boloña y la renovación total de París, eliminando los jardines del Palacio de Luxemburgo, construyendo parques y bulevares y trazando el Bulevar de Sebastopol que se extiende hasta el Bulevar Saint Michel. Entonces en 1870 forzaron a Haussman a renunciar a pesar de su visión y buen gusto, que aún permanecen vivos en el centro de París. Como dicen que en la vida todo es el “timing”, Luis Iboleón Bosque, urbanista del Vedado, invitó a Haussman a viajar a La Habana a participar activamente del diseño del Vedado. La sincronización fue más que perfecta.
Los expertos decidieron que El Vedado
tendría dos avenidas transversales con árboles y parques: La calle G, que luego
sería Avenida de los Presidentes, y Paseo, que luego sería Avenida de los Alcaldes. El plan
se trazó cuidadosamente con casas de puntales altos para facilitar la entrada
de los vientos alisios,
por lo que en ellas raramente se sentía el calor. Los jardines y las rejas
ornamentadas eran parte integral de las residencias.
Durante la ocupación americana comenzaron
a construír una avenida junto al mar que comunicaría el Castillo de la Punta con
la caleta de San Lázaro. Primero se llamó Avenida del Golfo, y luego Avenida de
la República, con el comienzo de la misma en 1902. El Malecón se convirtió en
eje principal para acercar al Monte Vedado, que crecía rápido como zona residencial. Ese
grandioso Malecón, que se configura automáticamente en la mente de la mayoría
de los cubanos cuando pensamos en La Habana, siguió prolongándose hacía lo que
fue más tarde el monumento al Maine. Luego hasta el recodo de la Avenida de los
Presidentes, pasando lo que es hoy el Parque Martí y más tarde hasta La Chorrera.
El Vedado siguió creciendo más aún cuando se acabó de ir lo que quedaba del ejército español en la isla. El Monte Vedado, se volvió “El Vedado,” y las tres millas desde donde se encontraba el edificio de La Beneficencia (Casa Cuna), muy cerca de lo que es hoy el Hospital Hermanos Ameijeiras, hasta la desembocadura del Almendares, eran solares yermos con vacas y chivos paseando libremente por el pasto. La costa baja estaba repleta de corales afilados y arrecifes. La tierra no representaba nada del otro mundo, a no ser por el glorioso espectáculo de la vista al mar y la brisa que genera todo el año. El terreno que iba desde lo que es hoy el parque Maceo hasta el río Almendares casi lo regalaban; pero a nadie le interesaba. Un par de años más tarde, surge el genio mercadotécnico de los americanos, al llegar un neoyorquino que fabricó una hermosa residencia a mitad de camino del Almendares. Inmediatamente se empezaron a ver letreros de “venta de parcelas.” Los compradores brillaron por su ausencia por varios años, pero los terrenos alrededor de la casa del americano estaban tan nítidamente arreglados que la propiedad empezó a la llamar la atención.
José María Galán, un cubano prominente, fue de los primeros que construyó una mansión para su esposa, Angela Toñarely, en la calle Línea entre D y E además de varios palacetes similares en la zona. poniendo de moda la construcción de palacios en tierras cubiertas de plantas suculentas y cactus. La calle Línea comenzó a brillar por su esplendor. El precio de la tierra subió de diez centavos el pie cuadrado a un dólar, luego dos, cinco, diez, veinte, treinta . . . la zona se llenó de mansiones palaciales con pisos de mármol y columnas renacentistas, Greco-romanas, egipcias y barrocas. Muchos detalles arquitectónicos con mosaicos del Norte de Africa, ventanas francesas y rejas andaluzas prevalecen aunque las tuberías ya no den más y no llegue el suministro de agua a toda la casa, todas esas mansiones están ahí desde los arrecifes conmúnmente conocidos como dientes de perro, hasta la loma del Príncipe. Algunas son ahora casas de vecindad donde viven familias pobres en grupo, pero también son ministerios y oficinas gubernamentales; escuelas y tiendas de pacotilla.
Otro visionario que compró
terrenos en el área fue Francisco de Frías Jacott, Conde de Pozos Dulces, quien
construyó su hacienda allí. Su hermano, José Frías, montó la primera calera para las construcciones futuras y resultó ser un negocio muy próspero. Años después, el día del cumpleaños del Conde (1927) la Asociación de Propietarios y Vecinos del Vedado erigió una estatua en el parque de Línea, entre K y L en su honor, a la que, dicho sea de paso,
asistió mi abuelo que era periodista y propietario de dos casas en la calle Línea.
La estatua tiene una tarja de bronce que aún debe estar allí y dice:
“El
Ayuntamiento de La Habana, a la memoria de Francisco de Frías y Jacott, Conde
de Pozos Dulces (1809-1877), sabio agrónomo y publicista insigne, a cuyo genio
creador se debe haber concebido y trazado el reparto Vedado”.
Cuando en 1858 se aprobó la parcelación de las primeras manzanas de cien metros cuadrados, se habilitaron varias zonas en el litoral para baños de mar. Se autorizó también la construcción del primer hotel de lujo y se construyeron balnearios desde la calle E hasta 6, a partir de 1864. La Calle E se conocía popularmente como la calle Baños porque iba hasta a las pocetas del balneario El Progreso. Las Playitas, se situaron al final de la calle D. Y los Baños de Carneado, una especie de Adonis criollo conocido por su narcisísmo, se colocaron en Paseo y Malecón, donde estuvo después el primer Palacio de los Deportes, frente a lo que es hoy el Hotel Habana Riviera.
Cuando en 1858 se aprobó la parcelación de las primeras manzanas de cien metros cuadrados, se habilitaron varias zonas en el litoral para baños de mar. Se autorizó también la construcción del primer hotel de lujo y se construyeron balnearios desde la calle E hasta 6, a partir de 1864. La Calle E se conocía popularmente como la calle Baños porque iba hasta a las pocetas del balneario El Progreso. Las Playitas, se situaron al final de la calle D. Y los Baños de Carneado, una especie de Adonis criollo conocido por su narcisísmo, se colocaron en Paseo y Malecón, donde estuvo después el primer Palacio de los Deportes, frente a lo que es hoy el Hotel Habana Riviera.
El catalán
Buenaventura Trotcha había comprado tierra barata en la zona más allá de las
canteras de San Lázaro y le sacó provecho inmediato. Inauguró el Salón Trotcha
rodeado de jardines con glorietas, estatuas y una vegetación copiosa que
nuestro poeta Julián del Casal comparó con los balnearios de Niza y San
Sebastián en sus crónicas. Yo llegué
a jugar en esos jardines cuando era pequeña, y aunque ya el Trotcha estaba
lejos de ser hotel de lujo conservaba cierta sobriedad. La vegetación que lo
rodeaba era de cuentos de hadas. Al caminar por allí se tropezaba con estatuas,
gnomos y hadas que cobraban vida en aquella floresta donde se respiraba el
Caribe lleno de flores.
Trotcha servía licores importados y comidas exquisitas para
los turistas y la élite del Vedado. Respondiendo a las demandas de la era, amplió el salón y lo
convirtió en hotel, lo que resultó muy conveniente por su cercanía al mar. El
agua de La Chorrera no era la mejor, pero ya para esa fecha el dueño del
Trotcha era un hombre de grandes influencias y logró que el canal del acueducto
de Albear pasara por allí para suplir de agua a su hotel.
Puedo recordar
lo circunspecto del vestíbulo del Trotcha: Un espacio abierto bajo enormes
vigas forradas de roble, con sillones Reina Ana ingléses, sillas Thompson en las mesas del comedor
y un abuelo reloj Carrillon Vacheron Constatin del Siglo XVII que al dar la
hora se escuchaba hasta la quincalla de la acera del frente. Al cruzar el portón de Calzada,
daba la bienvenida una formidable escalera de mármol que llevaba a los 20
cuartos con baños comunes de los altos. Las verjas de hierro con enormes arabescos se
mantenían abiertas de par en par y recordaban las mansiones de Sevilla. Al comienzo de la república, se añadió
una sección de madera al costado del hotel que daba a los jardines. Se llamó El Edén y se decía que el
romance de Mazzantini el torero con la actriz Sarah Bernhardt lo estrenó.
Con la
intervención americana, una comisión para evacuar al ejército español de la isla
se alojó en esa ala del hotel. Extrañamente, los cubanos no estaban contentos
de ver a los españoles salir de la isla tan abruptamente y resintieron a los
americanos por controlar dicha comisión. Me imagino que algo así como “más vale
malo conocido que bueno por conocer”.
En el Hotel
Trotcha se instaló el primer Tribunal Supremo de
Cuba.
Con la
inauguración del emblemático Hotel Nacional en 1930, y hoteles como el
Presidente en la calle G, el Trotcha perdió categoría. La casa de huéspedes de
viejitos que alcancé, seguía teniendo un aire de aristocracia, porque mantenía
el mismo vestíbulo que describí anteriormente.
Las personas que allí vivían eran profesionales retirados del barrio o americanos
que después de la intervención se aplatanaron y permanecieron no solamente en La Habana, si no en el barrio. He tratado de
ser objetiva en la descripción, ya que mi fuente fue uno de los mambíses que
llegaron al Vedado después de guerra, mi abuelo, que aunque era hijo de
andaluces, no siempre llevaba bien a los españoles. Enrique H. Moreno era un
manantial de historia con una memoria envidiable, que espero haber heredado.
Abuelo fue uno de los primeros reporteros de la república, fundador de la
Asociación de Reporters, de la que fue presidente y socio #1. También fue
presidente del Retiro de Periodistas y administrador del periódico El Mundo. Fue fundador de la Asociación de Propietarios del Vedado y
panelista de uno de los primeros
programas de televisión de Cuba “La Bolsa del Saber.” Antes de morir trabajó en
un libro sobre los primeros 50 años del periodismo en Cuba de 1902 hasta 1952.
Espero que mi recuerdo del Vedado sea un homenaje a él por todo lo que me
enseñó.
Para concluír
mi recuento, diré tristemente que para 1958, el que fue primer hotel de lujo, ya
era casi asilo de ancianos y guarida de borrachos de barrio, con un cantinero
apuntador de bolita y perros callejeros que acabaron con la magia del jardín.
El barrio entero fue cambiando y muchas familias se mudaron a Miramar que era
más atractivo para los amantes de la playa y las casas eran más pequeñas y funcionales, sin necesidad
de tanta servidumbre.
El Vedado Tennis era el único club del
Vedado pero no tenía playa (nunca consideré el Lyceum como un club de ese tipo, aunque verdaderamente lo era). Si mal no recuerdo, la última regatta del Vedado
Tennis fue en el verano de 1960 contra el Habana Yacht Club. Después de eso se convirtió en Circulo Social Obrero José Antonio Echevarría y lo que recuerdo es que el elegante edificio estaba siempre vacío. Nunca supe qué pasó con los trofeos que se exhibían allí, ganados por los miembros desde que se fundó el club.
Debo mencionar
otra pieza simbólica del Vedado, el Cementerio de Colón, que se inauguró en
1871 y contiene gran cantidad de esculturas de alta calidad en sus mausoleos y
panteones. La cercanía al cementerio popularizó la esquina de 12 y 23. A fines de la década del 40 se hizo más popular aún la de L y 23. La calle 23 comenzaba en El Malecón a la entrada de lo que se llama hasta hoy La Rampa,
con el primer centro comercial que lleva su nombre. El “boom” de la zona tuvo
lugar a finales de la década del 50. Arquitectos y urbanistas de relevancia
internacional han considerado El Vedado como un patrón de diseño urbano exquisito, donde
la presencia de palacetes y elegantes residencias, es súbitamente interceptada por un edificio de apartamentos de líneas más modernas sin romper el buen
gusto de la perspectiva arquitectónica.
El Edificio
FOCSA de 17 y M, gigantesco para sus tiempos, fue una de las estructuras que cambió radicalmente
el contexto urbano del Vedado, cuya sección más moderna se construyó desde la
segunda década del Siglo XX
hasta comienzos de la cuarta. Y aunque su imagen siempre fue aristocrática, tuvo
una mezcla social y racial única, que se apreciaba en la diversidad de
costumbres y en los espacios públicos. En mi opinion, eso lo hacía aún más atractivo.
El último
tramo del Malecón, desde la calle 10 hasta el castillo de La Chorrera, se terminó en
1958, conectando El Vedado con la 5ta Avenida de Miramar, por un túnel que se
comenzó a construir por debajo del río Almendares, alrededor de 1955. En su historia de más de siglo y medio,
El Vedado ha sido, sin duda alguna, uno de los grandes logros de su época y
aunque hoy esté lleno de baches, no recojan la basura y algunas tendederas estén
a la vista, si yo volviera a nacer, quisiera nacer en El Vedado que siempre llevaré conmigo y donde me hubiera encantado nacieran mis hijos y nietos. C'est la vie.
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