Como el son jarocho de
guitarras, guitarrón y violin en México, el aguinaldo puertorriqueño de cuatro,
guitarra y percusión; o el joropo de arpa con cuatro llanero y maracas de
Venezuela, nuestro punto guajiro es la máxima expresión musical del campesino
cubano. Hasta donde pude llegar en mi investigación, la décima con guitarras,
tres y laúd, se manifestó en nuestra isla alrededor del siglo XVIII,
posiblemente por algún andaluz que para cantar su nostalgia, trató de inventar
un remancero cubano. No encontré mucha información al respecto, pero el romance
y la décima quedaron configurados en la conciencia del pueblo como estribillo
representativo de nuestra identidad nacional. El Movimiento Repentista Cubano,
como arma para denunciar problemas sociales, personales, o cantar un dolor
profundo, aún expresa la queja, la sátira y por supuesto la fiesta. Hasta se
dice que durante la toma de La Habana por los ingleses (1762), los sucesos se
cantaron.
Siglos después del florecimiento
del Movimiento Repentista, surge la radio de forma experimental en la Cuba de
1922, cuando también se estrena en México y Brasil. Desde sus inicios hasta la
década del 30, la programación radial se basó en informar y entretener, por lo
que casi todos los cubanos que llegamos al mundo alrededor de la primera mitad
del Siglo XX, pasamos bastante tiempo pegados al radio. La poesía improvisada y la controversia del
Movimiento Repentista crecieron por toda la isla con Jesús Horta Ruiz, conocido
como “el Indio Naborit”, Guillermo Portabales, Chanito Isidrón y otros bardos,
conocidos cultores del género, que fueron seguidos por Joseíto Fernández,
Celina González, etc.
Programas como Los 3 Villalobos,
Tangañica, Rafles, “el ladrón de
las manos de seda” o Leonardo Moncada, comenzaron a colorear nuestra vida
cotidiana; buen esquema para desarrollar la imaginación del pueblo. Aquellas
voces que llegamos a identificar tan bien, nos daban la oportunidad de crear cada
personaje en nuestras mentes, donde todos y cada uno de ellos era original. Más
tarde vino la televisión y con ella las telenovelas por episodios, programas de
variedades y concursos televisados como la Corte Suprema del Arte, que comenzó
en la radio para promocionar la búsqueda de nuevos talentos, e hizo su
transición natural a la televisión con una interpretación mucho más sencilla 50
años antes de “American Idol.”
Los infomerciales, las líneas
psíquicas, la astrología por internet y las aplicaciones para teléfonos
inteligentes, donde podemos desde ver una película, hacer un depósito al banco
o planear nuestra agenda, hasta averiguar si hay que salir con paraguas o no,
llegaron últimos para simplificar la vida. Esta es, más o menos, la historia sintetizada
de la evolución de los mediosdel siglo XX al XXI, que quise ilustrar antes de
llegar al sujeto de mi memoria, el
señor Miguel Alfonso Pozo.
Más conocido como Clavelito, Miguel Alfonso Pozo, fue “el pionero” de
su clase. Apareció en Cuba, poco
después del advenimiento de la radio. “Pon
tu pensamiento en mí y tu mano sobre el radio y verás que en este momento, mi
fuerza de pensamiento ejerce el bien sobre tí . . .” Palabras sabias del
inolvidable gurú criollo de la radio cubana. En la década del 50 Clavelito
cantaba, improvisaba puntos guajiros, curaba, entretenía y declamaba. Era un
psiquiatra popular que ofrecía terapia de grupo a una nación que ya era bipolar
mucho antes de existir el diagnóstico psiquiátrico. Posiblemente sin haber
jamás leído a Caelius Aurelianus, Soranus de Ephedrus, o a Ereteo de Capadocia.
Ni siquera a Sigmund Freud. Pero mucho más accessible y divertido que todos
ellos.
Clavelito era mentalista, cuando
nadie, fuera de las paredes de la Sociedad Teosófica de Cuba, sabía quienes eran
Elena Blavatsky o el Conde de San Germain. Asesoraba, informaba y sanaba entre ondas hertzianas; impulsos de energía
electromagnética que viajaban por el espacio alejándose indefinidamente sin
necesidad de ningún apoyo material. Clavelito solo usaba el poder de su propio pensamiento y enseñaba a
usarlo indirectamente. Él entendía el concepto de que los pensamientos son
cosas, uno de los principios del mentalismo y la Nueva Era. El agua se
magnetizaba y ayudaba a resolver todo lo que aparentaba ser un problema.
Si de músico, poeta y loco,
todos tenemos un poco, Clavelito era eso y mucho más. Si hubiera vivido en esta época moderna de mercadotécnia,
tecnología y American Express, se habría convertido en una celebridad internacional
capaz de ganar las feroces “guerras de ratings” de las redes televisivas. No cabe
duda que hubiera ganado millones y su obra se hubiera traducido a varios
idiomas. Tendría su propio monopolio de productos naturales y programas
interactivos de radio, TV e
internet con alcance global.
En hogares de toda la isla,
desde la sirvienta que barría el piso o brillaba la plata, hasta la señora más
estirada, estaba cerca del radio a
la hora de Clavelito. Estas últimas podrían hacerse “la chiva loca,” o burlarse
y criticar. . . pero escuchaban. No dudo que pusieran la mano sobre el radio
cuando nadie estaba mirando, porque este personaje tan “sui generis” tenía carisma
de lejos y un poder de convencer a distancia, único en su entorno, con una
espontaneidad que emanaba confianza para convertirse en el confidente de todos.
El apodo “Clavelito” viene por
su abuelo materno que era de apellido Clavel, aparentemente conocido
en Ranchuelo, un pueblecito del centro de la isla, fundado en 1734 y
establecido como municipio en 1879, que hoy cuenta con alrededor de 59,000 habitantes.
Miguel Alfonso Pozo era un virgo del 29 de septiembre de
1908, que fue entre otras cosas, vendedor callejero en Ranchuelo. Quizás de sus
pregones salió el talento repentista, aunque también compuso canciones de
diferentes géneros y escribió libros de poemas y todo tipo de consejos útiles.
Es más, hay quienes aseguran que la canción que dice “quiero un sombrero de guano, una bandera, quiero una guayabera y un son
para bailar,” la compuso Clavelito. Otros difieren y no pude conseguir una
fuente sólida al escribir esta semablanza.
Recuerdo algo de la historia
porque al lado de mi casa vivía la viuda de Don Diego Trinidad (Trinidad y
Hnos), amiga muy querida de mi abuela paterna por muchos años. Amado Trinidad,
de Ranchuelo, Las Villas, dueño entonces de la RHC Radio Cadena Azul,
habiéndolo escuchado en un programa de música campesina de Radio CMHI de Santa
Clara, contrató a Clavelito para escribir las décimas de un trovador de la
época conocido como el bandolero romántico. Así llega Clavelito a La Habana, al
Rincón Campesino de CMQ Radio, que luego se convirtió en El Rincón Criollo, con
Coralia Fernández (esposa de Ramón Veloz) y La Calandria que era mi preferida
entre todas (Soy la
calandria que canta…al corazón campesino, soy la calandria que canta, al
corazón campesino…pongo el alma en cada trino que brota de mi garganta…)
Cuando el sagaz visionario Gaspar
Pumarejo adquiere Unión Radio, contrata a Clavelito pagándole $650 pesos
mensuales (un salario altísimo para aquellos tiempos). Su tarea sería conducir
un programa de controversias sobre los clubes de pelota Habana y Almendares de
la Liga Profesional de Béisbol Cubana (que fue la primera liga profesional
caribeña). Sus lemas eran : “El que le
gane al Almendares se muere” y
“La leña roja tarda pero llega.”
El azul representaba al Almendares (con un alacrán) y el rojo al Habana, (con
un león . . . por supuesto). Había otros dos clubs, el Cienfuegos (verde) y el
Marianao (anaranjado), pero la fanaticada del Habana y el Almendares siempre
estaban en pique.
Fue tan exitoso aquel programa, que
poco después, Clavelito produjo todo lo que quiso en la radio cubana. Así, con
su laúd y sus claves, instando a todos a enfocarse en su mantra original de: “pon tu pensamiento en mí y tu mano sobre el
radio,” se proyecta Clavelito como guía espiritual en tiempo de guajira, pidiéndole
a sus oyentes que pusieran un vaso de agua sobre el receptor. Que se
concentraran, para que entraran en su misma frecuencia mental y consiguieran la
sanación de todo mal.
Básicamente lo que hacía
Clavelito era ponerlos en
contacto con su yo interno, ya fuera por intuición, astucia o ambos. ¡ Y
aparentemente funcionaba!
Como nuestra Habana es caudal de
enigmas y sortilegios, se le le empezaron a atribuír grandes milagros, desde
resolver problemas afectivos y familiares; buscarle novio a las solteronas, curar
a los incurables y darle los números de la lotería a unos cuantos. Como somos una isla tan musical y
constántemente le ponemos música a
situaciones de la vida diaria, no pasó mucho tiempo para que se escuchara por
todas partes a la irrepetible Orquesta Aragón cantando sobre el agua de
Clavelito. El programa se convirtió en el #1 de la radio cubana.
Recuerdo cuando Clavelito se
postuló para Representante al Congreso Nacional por el Partido Auténtico de
Carlos Prío Socarrás. Si ganó o perdió ni afirmo ni recuerdo. Pero en la esquina de mi casa, donde se
encuentra desde fines de los 50 el edificio Naroca, había una escuela de
varones llamada La Gran Antilla que se convertía en precinto donde el barrio entero
iba a votar durante elecciones. Yo tendría alrededor de 5 ó 6 años por esa
fecha y desde el parque de Paseo y Línea ví a Clavelito con un traje de “Dril
100” blanco, repartiendo pencas de cartón con su foto y torticas de Morón a todos
los votantes. Cuando se supo que era él, se acabó el orden en la esquina. Lo rodearon
pidiéndole predicciones de números de la lotería, del próximo presidente y
hasta la fecha del próximo ciclón; sanaciones para enfermos y la solución del
problema de cada uno.
Pero en 1952, a raíz del golpe
de estado de Batista, algún politico batistiano, seguramente buscando su
mordida del pastel, denunció a Clavelito de no cumplir con el código de ética
radial con sus predicciones y le cancelaron su programa.
Años después, a principios de
los 60, estaba yo en la cafetería de CMQ con el compositor Eduardo Davidson (La
Pachanga), y entró Clavelito con otro señor. Aparentaba unos
60 años, pero era la misma cara del que repartió pencas en la esquina de mi
casa. Quizás con entradas más profundas y algunas canas. Se detuvo en la mesa a saludar a
Eduardo. Cuando le dije que le escuchaba de niña, sonrió humildemente emocionado
y me regaló la gardenia que traía en el ojal. Nunca más supe de él pero recuerdo la impresión tan positiva que recibí cuando me dio la mano y
recibí su vibración.
Investigando para enriquecer
esta reseña, encontré un sitio pequeño en la red con música campesina de fondo,
que dice más o menos lo que ya recordaba, excepto que Clavelito tuvo múltiples programas, incluso salía al aire
varias veces al día en distintos shows de Unión Radio, además del que conocí:
El Horóscopo del Alma, Aquí está Clavelito, y Fiesta en el Campo a las 7:20 PM.
También me enteré de que Clavelito había estudiado medicina natural y que
además de una quincalla, tuvo una fábrica de perfumes llamada Mapclave. Publicó
5 libros, tres de ellos de psiquiatría y los demás de poemas, o sea, que no estuve
lejos al decir todo lo que hubiera alcanzado en la actualidad porque ya en
aquel entonces era un publicitario natural. Pero lo que más me impactó sobre
él, fue su obra benéfica, que consistía en obtener sillas de ruedas, y aparatos
para personas minusválidas que no podían comprarlas, para ayudarles a ser lo
más independiente posible, lo que demuestra su sensibilidad y calidad humana.
Quizás esa es la clave para llegar al alma de los pueblos, la combinación de
sensibilidad con calidad humana, tan escasa en estos tiempos cuando los valores
se han degenerado tanto que quien tiende una mano amiga, por lo general busca
su propio beneficio.
Clavelito se fue al otro plano
el 21 de Julio de 1975, sin pena ni gloria. Muchos nos fuimos de Cuba envolviéndonos
en el vivir diario del país a donde llegamos y no supimos nada más de él. No
creo que los que se quedaron supieran mucho más tampoco. Quise recordarle hoy, y
dedicarle este pequeño homenaje, quizás para rescatar una pizca de nuestra cultura popular representativa de muchas generaciones
de cubanos, cuyos valores se han ido desvaneciendo en el tiempo. Un pensamiento de luz para Clavelito, que al irradiar la
suya propia, tanta esperanza le dio a un pueblo noble que aunque históricamente
decepcionado por falsas promesas, aún lo lleva en algún rinconcito de su
esencia.